“No son las movilizaciones del kirchnerismo puro y duro las que le preocupan [a Macri]. Esas más bien lo alivian: en ese tren, el kirchnerismo se convertirá en un minúsculo partido de izquierda”. El multimedios, por su parte, acuñó en esos tiempos el calificativo “residual” para referirse al espacio que reconocía a Cristina como su líder. Era más el trazado de una línea de acción que la descripción de una realidad; los grupos más concentrados del poder económico tuvieron desde el triunfo electoral de Cambiemos una hoja de ruta muy precisa: el aislamiento y derrota definitiva de lo que caracterizan como la “experiencia populista”. El kirchnerismo (peronismo y aliados del Frente para la Victoria) tenían que ser desplazados de modo contundente del centro de la escena política para abrir paso a una “normalización del peronismo”, un regreso al lugar del que nunca debió haberse ido, el de un partido dispuesto a jugar el juego de la alternancia, sin que su triunfo o su derrota alterara la vigencia del pacto no escrito de las democracias de la globalización neoliberal, el que dice que los negocios del gran capital local y global no pueden ser interferidos por la política.
Está claro que esa etapa dorada del macrismo terminó. No puede seguir llamándose “residual” una fuerza que disputa palmo a palmo, según todas las encuestas medianamente serias, la posibilidad de erigirse como la más votada en las próximas elecciones. Hoy se apunta en otra dirección. Se intenta instalar el miedo al triunfo de CFK. Y uno de los argumentos más usados por los analistas del régimen es que la ex presidente ha encarado una tarea de seducción y ocultamiento, dirigida a encubrir sus finalidades populistas y autoritarias bajo el manto de la moderación. Quien esto escribe fue curiosamente convertido en el promotor principal de los designios demoníacos del kirchnerismo que se ocultan bajo esa máscara, por el comentarista Jorge Fernández Díaz en el diario La Nación del 6 de enero último, en una nota titulada”La hegemonía que prepara el Instituto Patria”. Y alrededor de este diagnóstico sobre el ocultamiento y el programa real del kirchnerismo se desarrolla un curioso juego de pinzas: los voceros del poder lo denuncian y algunos integrantes de las gestiones de unidad lo desmienten y tratan de sostener –ejerciendo, en algunos casos la interpretación del pensamiento de Cristina– algo así como un regreso a la racionalidad política. La expresión de esto consistiría en que la ex presidente no sostendría la necesidad de una reforma constitucional y mucho menos una política “estatista” como alternativa al desquicio económico-social vigente. Es decir, Cristina se dispondría a encabezar un peronismo “moderado y dialoguista” y no una nueva “aventura populista”.
PUBLICIDAD
Por supuesto que los voceros se apoyan en la descripción del “pensamiento verdadero” de CFK para rezongar contra la opinión de los “duros” del espacio favorable a iniciativas como la de la promoción del debate sobre una nueva constitución. Ese extremismo no contribuye, dicen, a la consolidación y al triunfo electoral de la fuerza. Llaman a no ideologizar. A concentrarse en las políticas que recuperen calidad de vida popular y no en devaneos revolucionarios. Como sostén de esa posición suele esgrimirse (es el caso de Alberto Fernández) una interpretación de la experiencia de los gobiernos kirchneristas partida en dos por el conflicto con las grandes patronales agrarias. Sería ese el momento en que el gobierno de Cristina produjo el viraje populista y la radicalización de los enfrentamientos. Pasado todo esto en limpio, no es muy imaginativo presentar este enfoque como la promesa de una reedición mejorada de la experiencia iniciada en 2003, de la que estaría excluida la conflictividad con los sectores poderosos. A volver sí, pero a volver como antes de 2008.
Una conversación profunda sobre estos asertos está excluida de las posibilidades de este comentario por obvias razones de espacio. Pero sí se puede señalar que el rasgo central de este marco interpretativoes que es posible recuperar los derechos y la calidad de vida de los golpes brutales que recibieron durante el gobierno de Macri, sin que la ruta a recorrer incluya tensiones con los poderosos del país y el mundo. Algo así como un gran acuerdo nacional parecido al que vocea Cambiemos pero con un “capítulo social” al que se llegaría a través del realismo de los grandes ganadores de estos tiempos de despojo social, agravio al estado de derecho y enajenación de la soberanía. Esa es la fórmula mágica que combina el triunfo electoral (ya que bloquea la política del miedo por parte del actual gobierno) y una promesa de cambios sin mayores sobresaltos.
En el contexto de una unidad amplia como la que se convoca para derrotar al macrismo, existe pleno derecho para esgrimir este punto de vista. Siempre que no se intente presentarlo como el único posible. Siempre que se acepte compartir la unidad en la diversidad que significa todo frente político con quienes piensan de modo diferente. Con quienes sostienen que las penurias de estos últimos años no se deben solamente a los errores políticos o a la falta de sensibilidad del elenco gobernante, sino que estamos en presencia de un plan de reestructuración radical de nuestra sociedad en términos político-culturales. Y ése sí que es un plan intenso y extremista. Que, entre otras cosas, está reformando nuestro sistema institucional sin ninguna discusión política previa. ¿O no es parte de una reforma constitucional de facto la cacería de políticos y empresarios que no se avienen a llenar con sus testimonios el guión de la “corrupción kirchnerista”? ¿Dónde se discutió que la presunción de inocencia dejaba de ser una garantía constitucional, tal como lo resuelve Macri en su último decreto con el que lanza la campaña oficialista? ¿Dónde que se habilite la pena de muerte sin juicio previo en manos de las fuerzas de seguridad? ¿Dónde que desaparezca la institución del juez natural?
Efectivamente, hay que recuperar la racionalidad. Y para hacerlo hay que derrotar electoral y políticamente a la irracionalidad neoliberal y autoritaria antes que los daños que provoca sean irreparables.
Fuente: Página 12